Clara y Franco

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— Clara

 — ¿Qué pasó, Franco?

— ¿Qué hora es?

— No me preguntes la hora. Siempre me preguntas «qué hora es» cuando quieres irte.

— No, no es eso. Aunque quizá sí sería prudente que no estuviera aquí cuando llegaran los invitados a tu fiesta. Dudo mucho que a tus padres les guste saber que ando entre la gente mientras presumen que su hija acaba de cumplir 18 años. Siempre he pensado que les da pena saber de mi presencia.

— Eso no debería importarte. Con que sigas a mi lado es suficiente, a menos claro, que tú decidas ya no estar conmigo.

— Ni lo pienses, Clara. Yo me voy a ir de tu vida cuando tú decidas.

Clara dio una honda calada a su vaper, retuvo la respiración unos instantes y después llenó su habitación con una densa voluta olor vainilla, le encantaba ese aroma.

Trajo a su memoria sus días de infancia con su abuelo, quien siempre pasaba por ella al kínder y camino a casa la llevaba a comerse un helado de vainilla.

— ¿Quieres un poco? —dijo extendiendo el cigarro electrónico a Franco.

— No. Y pienso que tú tampoco deberías usarlo. No te hace bien.

— Ash, ni empieces. Esto me ayuda a estar calmada, además me encanta sentir este sabor en mi boca. Creo que después de ti, es mi sabor favorito de toda la vida.

Dejó de comer helados al morir su abuelo, poco antes de cumplir 5 años. Desde entonces había buscado algún sabor que los reemplazara y no encontró nada que la dejara realmente tan satisfecha como el vapor sabor vainilla que, además duraba un rato en su boca aún después de exhalarlo, creando una sensación ilusoria de saciedad y permanencia.

— Franco, ¿Por qué me quieres?

— Porque tú quieres que te quiera. Porque siempre lo has querido. Desde la primera vez que nos vimos y jugamos juntos, en tu fiesta de 5 años, ¿Recuerdas?

— Imposible olvidarlo. Nunca te había visto, y de pronto ahí estabas junto a mí en el columpio de al lado. Fuiste el único que se atrevió a acercarse. Creo que todos temían contagiarse de la vibra que traía por la muerte de mi abuelito, pero tú no.

— Hasta ahora nunca he temido a ninguna de tus vibras. Si quieres reír reímos, si quieres romper algo lo hacemos pedazos, si quieres hacer el amor nos fundimos, si quieres llorar nos acabamos la caja de Kleenex. Desde que estoy contigo he sentido una gran necesidad de cuidarte.

Las palabras de Franco erizaron la piel de Clara. Era algo que le decía muy a menudo, pero a ella le gustaba seguirlo escuchando. Él era la única persona con la que le gustaba hablar. Le gustaba hacer que se escabullera a su cuarto, a su cama, a su vida, siempre ocultándolo de sus padres quienes creían que no era una amistad adecuada. Podría meterse en serios problemas si ellos se enteraban de que lo seguía viendo.

Ya en algún momento, en los días en que comenzó a escaparse de la escuela para irse al cine con él, o cuando llegaba tarde a casa por ir a besarse a escondidas en algún parque a la salida de la secundaria, sus padres los habían descubierto en la cama de ella, abrazados bajo las sábanas, y habían intentado separarlos.

Después de eso duraron un par de años sin verse, mientras los papás de la chica, montaron una celosa guardia alrededor de ella para que no pudieran estar juntos, pero con el tiempo, esa guardia comenzó a hacerse débil así que Clara y Franco aprovecharon para reencontrarse de vez en cuando.

— Si te pidiera que te quedaras en mi fiesta ¿Lo harías?

— Sabes que no podría negarme. Sería divertido ver la cara de tus padres al enterarse que estoy contigo, y más ahora que ya eres mayor de edad, creo que sería más difícil que nos pudieran separar.

— ¿Quién sabe? Conociendo a mi padre, haría lo imposible por encerrarme.

— ¿En un convento?

— Hasta en un manicomio.

— Creo que en ninguno de los dos lados podría evitar que te viera. Siempre hay maneras.

Clara se abrazó a Franco con fuerza y ambos se besaron profundamente. Aprovechando que aún estaban desnudos, ella comenzó a frotar su sexo contra él, primero tenuemente pero, conforme iban pasando los minutos y sentía cada vez más la ebullición de su celo, comenzó a hacer más intenso su movimiento, abriendo las piernas para recibir a Franco completamente y echándose boca arriba para poder sentir la presión de su cuerpo sobre su vientre.

Estaba tan concentrada en su encuentro, que no escuchó los débiles toquidos en la puerta, y nada pudo hacer antes de que su madre, usando su llave, entrara de súbito en la habitación.

— ¡Clara! ¿¡Qué demonios estás haciendo!?

— ¡Mamá! ¿Qué te pasa?, ¿Por qué entras así a mi cuarto? ¡No tienes derecho! —gritaba al tiempo que echaba hacia un lado el almohadón que segundos antes tenía sobre ella — ¡Lárgate de aquí! ¡Vete!

— ¡A mí no me hables en ese tono jovencita! Y además, fumando. Nosotros preocupados por festejarte tu mayoría de edad, por hacerte ver como una chica normal, y te encuentro haciendo porquerías con la almohada y fumando descaradamente en mi casa. Nunca se te quitó lo loca, y nunca se te va a quitar.

— ¡Que te largues, mamá! ¡Vete! —siguió gritando Clara mientras caminaba hacia la puerta para echar a su madre.

Ante la desafiante desnudez de su hija, que venía hacia ella sin ningún pudor ni calma, la madre aún aturdida dio unos pasos para atrás, tapándose ridículamente los ojos, y Clara aprovechó el gesto para echarla fuera y cerrar de nuevo la puerta, poniendo además una silla atrancada.

« ¡TOC, TOC, TOC!»

— ¡Abre esa puerta jovencita! ¡Raúl, tu hija ya volvió a encerrarse! ¡Ven a ayudarme!

« ¡TOC, TOC, TOC! »

— ¡Que me abras!

Clara se recostó de nuevo en su cama. Dio otra calada honda a su vaper y volteó para soltar todo el vapor en la cara de Franco que ni siquiera se inmutó.

— Franco

— ¿Qué pasó, Clara?

— ¿Qué hora es?

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